jueves, 5 de febrero de 2009

CLASES DE ÁNGELES






A mediados del siglo V y muy probablemente en Siria, alguien a quien se ha dado en llamar el Pseudo-Areopagita escribió varios libros religiosos, firmando con el nombre de Dionisio, discípulo de San Pablo que había vivido cinco siglos antes en Atenas – llamado el Areopagita por haber sido miembro de la corte de justicia que se reunía en el Areópago – y que al parecer murió martirizado en la segunda mitad del siglo I. Y es precisamente en las obras del Pseudo-Areopagita donde por primera vez aparece la clasificación que distribuye a las criaturas celestiales en nueve coros angélicos:
- Serafines
- Querubines
- Tronos
- Dominaciones
- Virtudes
- Potestades
- Principados
- Arcángeles
- Angeles

El valor y la importancia dados a las obras del Pseudo-Areopagita ha ido creciendo con el transcurso del tiempo. Pese a que no existe ningún documento anterior al siglo V que de fe de las mismas, han llegado a ser consideradas como genuinas y tanto los místicos de la Edad Media – entre ellos el Maestro Eckhart – como muchos de siglos más recientes se han apoyado en ellas.
Durante toda la Edad Media, los ángeles hicieron correr mucha tinta y fueron los protagonistas de numerosos debates e incluso de lo que hoy llamaríamos “convenciones”, que atraían a multitudes de oyentes. Entre los autores que con mayor fuerza y autoridad disertaron sobre ellos cabe destacar a Santo Tomas de Aquino, que vivió en la Italia del siglo XIII y que retomó, matizó y amplió lo que ya antes habían dicho otros sobre los ángeles, entre ellos, el Pseudo-Dionisio San Agustín e incluso Platón y Aristóteles. Sin embargo para Santo Tomás, cada ángel es una especie única y da lugar a una categoría de ser nueva y de enorme riqueza. Al contrario de las cosas, que se distinguen por la pobre materia que las forma como individuos, para él el ángel posee algo así como una individualidad absoluta y una realidad suma y no admite que se le adscriba a ninguna otra categoría que a la que él mismo inaugura y que con él concluye.
Entre los místicos modernos que con mayor intensidad se han ocupado de los ángeles destaca el sueco Emmanuel Swedenborg (1688 – 1772), brillante científico, contemporáneo de Newton y Halley. Entre las numerosísimas obras que dejó escritas hay tratados de física, química, astronomía, mineralogía, minería, anatomía y economía. A partir del año 1743, aunque sin abandonar del todo sus actividades científicas, pasó a ocuparse primordialmente de asuntos espirituales y en 1745 comenzó a tener comunicaciones directas con los espíritus y los ángeles, pero al contrario de la usanza espiritista, con pleno uso de sus facultades y conciencia. En su obra Arcana Coelestia dice textualmente: “Estoy convencido de que muchos insistirán en que es imposible al hombre conversar con los ángeles mientras está encerrado en la cárcel del cuerpo. Dirán que mi trato con estos seres es pura invención o bien un recurso para obtener publicidad. Por mi parte no me preocupo de cuanto se pueda decir en mi contra, pues no hablo sino de lo que he visto, oído y palpado”.
También Rudolf Steiner (1861-1925) se ocupó extensamente de los seres angélicos, de su naturaleza y actividades. Como dice Sophy Burnham en su Libro de los Angeles: “resulta extraño pensar que los teólogos medievales, e incluso el moderno Steiner, dedicaran tanto tiempo y esfuerzo a establecer toda una jerarquía de ángeles y a averiguar dónde se encuentran. Los ángeles no viven en ninguna parte, del mismo modo que Dios tampoco vive en ninguna parte. Se hallan en el espacio de la eternidad y en el centro de nuestros corazones”.
En la Biblia, además de los ángeles y arcángeles, son citados expresamente dos tipos de seres angélicos: querubines y serafines.

QUERUBINES

Los primeros ángeles que aparecen en las Sagradas Escrituras son los querubines que Yavé situó a las puertas del paraíso. Esta función de guardianes de los lugares santos, con la obligación de permitir sólo la entrada a las personas debidamente autorizadas, fue durante todo el Antiguo Testamento una de las labores encomendadas a esta orden angélica. De este modo, cuando Yavé dio a Moisés las instrucciones para construir el Arca de la Alianza, le ordenó colocar sobre la cubierta de la misma dos querubines de oro, uno frente a otro y ambos vigilando permanentemente la seguridad del Arca.
Sin embargo, el trabajo que con mayor frecuencia – y al parecer más gustosamente – desarrollan los querubines en los relatos del Antiguo Testamento es el de transportar a Dios de un lugar a otro. “Y (Yavé) cabalgó sobre un querubín, y voló, voló sobre las alas del viento”, dice el Salmo 18.
Tal vez esto fue lo que indujo a los pintores del Renacimiento a denominar querubines a los rollizos ángeles niños que solían pintar bajo la Virgen en su ascensión a los cielos, sin embargo, los querubines del Antiguo Testamento son algo muy distinto, como bien lo demuestra su severa función de guardianes en el mencionado pasaje de la expulsión del paraíso, y también y de una manera muy especial, el libro del profeta Ezequiel.
En el extraño relato que forma el capítulo 10 de su libro, Ezequiel describe con todo detalle a unos extraordinarios seres que él mismo identifica como querubines, los cuales, equipados con unas misteriosas ruedas y produciendo un ruido ensordecedor, acompañaron a Dios en su aparición sobre el templo.



SERAFINES

En el capítulo 6 de su libro, el profeta Isaías nos da una descripción bastante detallada de estos ángeles, pues dice que se hallan sobre el trono del Señor y que tienen seis alas: con dos se cubren el rostro, con otras dos se cubren los pies y con las dos restantes, vuelan, mientras continuamente están alabando el nombre de Yavé. Uno de ellos voló hacia él con un carbón encendido en la mano y colocándolo sobre sus labios borró todos los pecados del profeta.

LOS ARCANGELES

Los arcángeles son ángeles de una categoría superior, y cada uno de ellos manda y coordina a una infinidad de ángeles. Tradicionalmente se ha considerado que los arcángeles son cuatro: Rafael, Gabriel, Miguel y Auriel (o Uriel), mientras que otros aseguran que son siete. Sin embargo en la Biblia, únicamente se confiere expresamente el título de arcángel a Miguel. De las referencias bíblicas sobre Miguel se deduce claramente la importancia de este arcángel como jefe de las huestes celestiales en su lucha contra las fuerzas del mal: “Y fue hecha una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón y sus ángeles”, dice el Apocalipsis.
También el papel desempeñado por Gabriel es primordial. Fue Gabriel quien mostró y explicó a Daniel el sentido de la visión que el profeta tuvo en el tercer año del reinado de Belsasar. Seiscientos años más tarde lo vemos aparecerse a Zacarías para informarle que su esposa daría a luz a Juan el Bautista y seis meses después anunciaba a María que sería madre del Hijo de Dios, apareciéndose en sueños también a José.
El místico ruso G.I. Gurdjieff consideraba que los arcángeles constituyen un tipo de criaturas diferentes de los ángeles. Su concepción cosmogónica presenta la siguiente progresión: minerales, plantas, animales invertebrados, animales vertebrados, hombre, ángeles, arcángeles, Eterno Inmutable y Absoluto. Es decir, que los ángeles están entre el hombre y los arcángeles, y éstos a su vez, entre los ángeles y el Eterno Inmutable.
Así describe a los cuatro arcángeles una de las más antiguas escuelas mágico-cabalísticas: Rafael es el arcángel del elemento Aire y del punto cardinal Este. Los cabalistas lo visualizan en dicha dirección, sobre el firmamento, vestido con una túnica amarilla que se mueve a merced del viento que sopla desde atrás suyo, haciendo que los pliegues toman a veces tonos purpúreos. Lleva en la mano una espada. Ha sido tradicionalmente considerado como el arcángel de la curación, y según muchos el significado de su nombre no es otro que “Dios cura”. Gabriel es el arcángel del elemento Agua. Su lugar es el Oeste. Los magos cabalistas lo visualizan con su brazo derecho levantado hacia el frente y llevando en la mano una copa de la que fluye el líquido vital. Su túnica es de color azul, con reflejos naranja. El significado de su nombre es: “el Poder de Dios”. Miguel es el arcángel del elemento Fuego. Su punto cardinal es el Sur y los magos cabalistas lo visualizan vestido de color rojo, con rayos complementarios de tonalidad verde. En su mano derecha sostiene una vara. Con base en ciertos pasajes bíblicos se le ha considerado tradicionalmente como el jefe de las huestes celestiales: brazo derecho de Dios en la lucha contra el mal. Su nombre en hebreo significa “Aquel que es como Dios”. Auriel es el arcángel de la Tierra y los cabalistas lo visualizan situado al Norte, vestido con los colores de las estaciones ricas y fértiles, ocre, oliva, bermejo y negro, llevando un pentáculo o escudo. Es el arcángel encargado de las luminarias y también desempeña funciones de justicia.
La concepción medieval consideraba al mundo constituido por cuatro elementos: aire, agua, tierra y fuego, cada uno de ellos regido, como hemos visto, por un arcángel. Tradicionalmente el aire se asimilaba a la inteligencia y la movilidad, el agua al amor, a las emociones y a la imaginación. El fuego a la purificación, a la destrucción de lo negativos, a la acción y a la fuerza; y la tierra al mundo físico en general, a la naturaleza y al campo. De este modo los arcángeles rigen sobre todo lo visible e invisible, habiendo sido asimilado por los diferentes sistemas esotéricos y mágicos que, procedentes de la más remota antigüedad, se extendieron durante la edad media, como la astrología, la alquimia y el tarot.

LOS ANGELES DE LA GUARDA

A cada uno de nosotros, al venir a este mundo, se nos asigna un ángel guardián. Cada ser humano, independientemente de su raza, creencias, nivel social, aspecto o tamaño, tiene el privilegio de tener a su lado a un ángel que lo acompaña durante toda la vida. Está con nosotros todo el tiempo, dondequiera que vayamos y cualquier cosa que hagamos. Ha estado con nosotros desde el principio y con toda seguridad ya nos entrevistamos con él cuando decidimos venir a este mundo con el cuerpo y las cualidades humanas que hoy disfrutamos y sufrimos. Decía el Papa Juan XXIII: “La existencia de los ángeles custodios es una verdad de fe continuamente profesada por la Iglesia, que forma parte desde siempre del tesoro de piedad y doctrina del pueblo cristiano. La Iglesia los venera, los ama y son motivo de dulzura y de ternura.
Aunque es cierto que en algunas ocasiones – para nuestros ojos humanos – el ángel de la guarda parece haberse alejado de nosotros, también lo es que todos hemos vivido sucesos en los que su presencia es indiscutible. ¿Quién no ha arriesgado alguna vez su vida de manera irresponsable y temeraria? ¿Quién no ha sentido que en el momento crucial algo o alguien, alguna fuerza invisible, intervino apartándole de un peligro que podría haberle causado la muerte o al menos daños físicos? ¿Qué conductor no ha experimentado alguna vez la sensación de que alguien le avisó, llamándole perentoriamente la atención y aguzando sus sentidos en el momento clave? Todos hemos iniciado alguna vez algo con la profunda sensación de que aquello era un error, para más tarde comprobar que efectivamente, de haber seguido, las consecuencias habrían sido desastrosas. Según Terry Taylor hay dos épocas en la vida de todo individuo en las que el ángel de la guarda – ángel custodio o ángel guardián – tiene que esforzarse al máximo e incluso recurrir a la ayuda de otros ángeles: una de ellas es alrededor de los dos años de edad, época en la que el niño, que ya dispone de movilidad por sí mismo, se dedica a explorar el mundo que lo rodea, y la otra es la adolescencia, en la que un impulso parecido pero de otro nivel, nos hace despreciar totalmente los peligros a los que nos enfrentamos.
Los niños, antes de alcanzar la edad escolar, suelen percibir a los ángeles mucho más claramente que las personas adultas y del mismo modo, a toda una extensa serie de entes incorpóreos. Con frecuencia, éstos adoptar forma de niños, y así comparten sus risas y sus juegos. Otras veces, los suelen ver con apariencia de jóvenes de notable hermosura, hombre o mujeres. Además, independientemente de esta circunstancia, todo parece indicar que los seres angélicos sienten cierta preferencia por los niños.
El ya mencionado Dr. Lee relata en su libro cómo dos pequeños hijos de un modesto labrador se quedaron jugando mientras sus padres se ocupaban en las labores de recolección. Los niños, ansiosos de corretear por el bosque, se alejaron demasiado de la casa y no pudieron encontrar el camino de vuelta. Cuando los fatigados padres regresaron al oscurecer notaron la ausencia de los niños y, después de buscarlos infructuosamente por las casas vecinas, enviaron a los jornaleros en distintas direcciones a buscarlos. Sin embargo, toda la exploración resultó inútil y todos volvieron con el semblante afligido. De pronto vieron a lo lejos una luz que se movía lentamente a través de los campos lindantes con la carretera. La luz era esférica y tenía un bello color dorado. Los padres y sus ayudantes acudieron inmediatamente y al llegar vieron que allí estaban los niños, mientras la luz se desvanecía totalmente. Los pequeños relataron cómo se perdieron en el bosque y después de llorar y pedir socorro se quedaron dormidos al pie de un árbol. Luego, según ellos, los despertó una hermosísima señora que llevaba una lámpara y cogiéndolos de la mano los llevaba a la casa cuando sus padres los encontraron. Por más que los niños preguntaron, la aparición no hizo más que sonreír, sin pronunciar palabra. Los niños mostraron tal convencimiento en su relato, que no hubo forma de quebrantar su fe en lo que habían visto. Aunque todos los presentes vieron la luz y pudieron perfectamente distinguir los árboles y las plantas que caían dentro del círculo iluminado, sólo los niños vieron la aparición angélica.
El siguiente es el relato de la Sra. Jovita Zapien, quien oyó la voz de su ángel de la guarda por primera vez siendo niña, viéndolo sólo vez, ya de mayor: “Mi primera experiencia con ángeles tuvo lugar haya ya mucho tiempo. Tenía yo entonces siete años y era la tercera de siete hermanos. Vivíamos en una casa bastante grande que incluía una especie de almacén donde se amontonaban diversas máquinas procedentes de un antiguo taller de impresión. Generalmente nosotros nunca entrábamos allí pero un día en que mi madre había salido a visitar a mi abuela dejándonos solos y encerrados con llave en la casa, a una de mis hermanas se le ocurrió atar una hamaca al tirador de la puerta y por el otro extremo a un hierro que sobresalía de una de aquellas máquinas. Así construyó una especie de columpio. Comprobó que estaba seguro columpiándose ella un momento, y luego seguimos los demás. Como mis hermanos pequeños lloraban decidí cederles mi turno columpiándome yo la última. Cuando finalmente me llegó la vez y comencé a columpiarme ocurrió algo inesperado. Al parecer aquella máquina estaba en un equilibrio muy precario pues el caso es que se cayó, quedando yo atrapada debajo. Uno de los hierros me había atravesado el muslo y la sangre manaba a borbotones. Perdí la visión y no sentía ningún dolor, sólo un calor muy intenso y una sensación de flojedad y abandono. Oía gritar a mis hermanas mayores y llorar a los pequeños pero nada me importaba, me sentía como ausente, indiferente a todo aquello. De pronto oí una voz que con toda claridad me ordenaba moverme y mantenerme despierta. Obedecí y mientras mis hermanas levantaban de algún modo aquella pesada máquina, los más pequeños tiraron de mí para sacarme. Arrastrándome me llevaron hasta la cama y allí permanecí hasta que llegó mi madre. La herida del muslo tardó un tiempo en curar pero finalmente mi facultad motriz no quedó afectada en absoluto, pues incluso llegué a ganar premios en atletismo. Nadie comprendió nunca cómo unas niñas pudieron levantar aquella máquina cuyo peso era de más de dos toneladas, para sacarme de debajo. Cuando muchos años después se llevaron la máquina en cuestión vi que entre muchos hombres apenas la podían mover, siendo necesaria una grúa. Así, en aquella ocasión no vi al ángel pero sí oí claramente su voz y sobre todo, fui consciente de su tremenda ayuda.
“Posteriormente he vuelto a escuchar su voz, siempre en momentos muy delicados y críticos de mi vida, y tan sólo una vez lo vi. Fue en el mes de Diciembre de 1987. Hacía ya cinco meses que había perdido a una hija de un mes. Murió repentinamente, en su cuna. El hecho me afectó tanto que ni siquiera las diferentes terapias seguidas lograron devolverme el gusto por la vida. Volví al trabajo y a mi vida anterior pero nada tenía ya sentido para mí. Me pasaba las horas llorando. Continuamente me preguntaba: ¿qué había hecho yo para merecer aquello? Tenía los nervios destrozados y padecía insomnio. Me solía despertar a las 2 o tres de la mañana sin conciliar de nuevo el sueño, atormentándome a mí misma con las preguntas de siempre. Una de aquellas noches lo vi. Apareció en la ventana, por fuera – no había cortina – tenía el aspecto de un hombre de unos treinta años, con pelo largo, barba, el rostro ovalado y una mirada dulcísima. En cuanto lo miré sentí cómo toda mi desgracia y mi amargura se diluían dejando paso a una inmensa sensación de tranquilidad y bienestar. Desde fuera y a través del cristal me habló, me dijo que no era necesario que sufriera ya más, que ya estaba bien de angustia y de dolor y que muy pronto todo cambiaría para mí y sería feliz de nuevo. La diferencia de temperatura había empañado el vidrio, no obstante lo percibí con toda claridad, pues acercó mucho su rostro al cristal. Tras unos segundos desapareció. Una paz y una felicidad inexplicables me invadieron. De pronto pensé que aquello no podía ser, que todo era producto de mi imaginación y que seguramente me estaba volviendo loca. Salí fuera y examiné atentamente la ventana. La escarcha empañaba el cristal, pero todavía en el centro del mismo se apreciaba la silueta donde un momento antes había estado aquel ser. Toqué el vidrio en aquel lugar y lo hallé inexplicablemente tibio, mientras que en los bordes de la ventana seguía congelado. No cabía duda, alguien había estado allí, alguien que con su mirada y unas breves palabras infundió un nuevo rumbo a mi vida. Efectivamente desde entonces mi situación cambió. El insomnio y la depresión desaparecieron y otra vez se encauzó mi vida.

OTROS ANGELES

Independientemente de la clasificación del Pseudo-Dionisio y de los ángeles de la guarda, existe toda una legión de ángeles destinados a labores más concretas, unas relacionadas con los seres humanos y otras no.
En la experiencia relatada por Gitta Mallasz en su libro La Respuesta del Angel, son cuatro ángeles los que hablan, diferenciándose y denominándose a sí mismos precisamente por la labor que cada uno de ellos cumple: el que construye, el que irradia, el que mide y el que ayuda.
El evangelio Apócrifo de Juan hallado en Nag Hammadi, Egipto, cita por sus respectivos nombres a una serie de más de cien ángeles, que fueron quienes ayudaron a Dios a formar el cuerpo del primer hombre, trabajando cada uno de ellos con una parte concreta de la estructura física de Adán. Sobre dicha legión de ángeles constructores, está la autoridad de otros siete mayores: Miguel, Uriel, Asmenedas, Safasatoel, Armuriam, Richram y Amiorps. En total – según dicho Evangelio Apócrifo de Juan -, fueron 365 los ángeles que colaboraron con Dios, hasta dejar terminados tanto el cuerpo material de Adán como su cuerpo psíquico.
Todo parece indicar que los ángeles son tan numerosos que existen especialistas en prácticamente cada labor o circunstancia humana que se nos ocurra. Estos son algunos de ellos:
- Angeles sanadores del cuerpo.
- Angeles que dispensan la alegría.
- Angeles especialistas en asuntos financieros.
- Angeles reconciliadores.
- Angeles que eliminan los obstáculos.
- Angeles que traen y llevan mensajes.
- Angeles protectores (que actúan uniendo sus fuerzas a las del ángel guardián).
- Angeles que amplían la comprensión.
- Angeles que curan las heridas del alma.
- Angeles que alivian el dolor.
- Angeles que ayudan en los estudios.
- Angeles que dan belleza (y embellecen la vida).
- Angeles que disipan los rencores.
- Angeles que favorecen la amistad.
- Angeles que difunden el amor.
- Angeles que impulsan la justicia (la de Dios, que es amor, no la de los hombres).
- Angeles que nos asisten en el momento de la muerte.
- Angeles que dan luz.
- Angeles constructores.
- Angeles de la creatividad artística.
- Angeles que transmiten y “siembran” nuevas ideas científicas.
- Angeles que ayudan a encontrar objetos extraviados.
- Angeles de la lluvia.
- Angeles del sueño.
- Angeles que favorecen la paz espiritual, etc.

A cualquiera de ellos podemos recurrir en cualquier momento solicitando su colaboración, ya sea directamente o a través de nuestro ángel de la guarda.

1 comentario:

  1. quiero saber si mi hija es querubin o serafin ,se murio a los 8 meses de gestacion ayudeme por favor. soy una madre desesperada me llamo ingrid chichande y soy de ecuador-guayaquil

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